Rescato esta historia por increible que nos parezca en cualquier descenso puede pasarnos algo parecido o peor y terminar con un corto viaje o unas vacaciones enteras.....
Por David Vidal.
Esta historia carece de épica. Se trata de un pequeño relato del incidente que nos sucedió unos pocos días atrás cuando, después de descender la Aigüeta de Eriste desde la Palanca del Presentet (hay quien le dice integral del río, hay quién echa en falta las rampas sin interés más allá del refugio de El Forcau), llegábamos por fin a la cascada conocida como El Rulo, antesala del final del descenso del río. La víctima inmediata: una mochila con todo mi material, que desapareció como por arte de magia; las indirectas: los pringados que habíamos metido las llaves de nuestros coches en el bidón que había dentro. Las consecuencias, más bien de carácter material y logístico. Lo que viene a ser un marrón.
El Rulo es la cascada más pulida de todo el río con diferencia, al igual que las paredes de la gran poza en la que vierte sus aguas. El pequeño canal que la precede actúa de colector, concentrando el caudal en una potente vena que empieza a precipitarse cascada abajo bien pegada a la derecha para luego saltar, obligada por la morfología de la rampa, justo al lado contrario proyectando un arco sobre el suelo (El Rulo), para chocar violentamente contra la pared sin apenas romper su consistencia y cayendo desde aquí a plomo en la poza (quedando un breve espacio hueco detrás). Al llegar aquí, se genera un buen rebufo bastante espumado, cuyo vector principal se dirige hacia las desplomadas paredes de la derecha, propiciando un drossage cuya corriente tiende a escapar hacia la salida de la poza. Las zonas central e izquierda son, en superficie, relatívamente tranquilas, aunque tienden a mover ligeramente a la contra.
Técnicamente no ofrece una gran dificultad. Hay que valorar, eso sí, algún que otro aspecto. Como en cualquier agua viva, la cuerda quedará a ras de agua. Con unos 21 o 22 metros queda perfecta, ajustada justo al final de la rampa (de este modo, podríamos incorporarnos y calcular bien el salto buscando evitar el drossage). Podremos, incluso, dejarla muy justa para toboganear la rampa desde el rulo; aquí, saldremos con la corriente del refubo, que nos sacará al drossage, siendo aconsejable nadar hacia el centro de la poza si queremos tener control de la salida. La línea de recuperación debe ser lo bastante larga (calcular unos 50-60 metros) como para poder realizar la maniobra desde la roca situada en el lado exterior de la poza (de lo contrario, recuperar la cuerda puede llevarnos un gran esfuerzo). El último punto a tener cuenta son nuestras mochilas. Si lleváramos la mochila, bien a la espalda o al arnés, y esta tocara la vena, muy probablemente perderíamos el control del rápel de forma peligrosa, con riesgo de salir arrastrados con un buen golpe de propina. Aparte, las corrientes en la base nos aconsejan tener libertad de nado, con lo que se convertirían en un peligroso lastre. Idealmente, saldrán guiadas con la línea de recuperación, donde los compañeros las podrán recoger desde la piedra. De manera no tan ideal, se pueden lanzar atazadas al cabo de la línea de recuperación; saldrán, al igual que nosotros, guiadas por el drossage hacia la salida de la poza.
Y aquí se presentó el error. Después de muchas visitas al Eriste, conocía bastante bien el funcionamiento de esta cascada y los movimientos de su poza. Sabía que el drossage, aunque potente, tenía un marcado vector de salida. Sabía que las paredes de la cascada y de la poza estaban perfectamente pulimentadas y que cualquier cosa que flotara (en condiciones de caudal normales) era arrastrada sin mayor impedimento hacia la salida, donde había que estar atento para que no escapara río abajo. ¿O no?
Cuando divisamos la cabecera desde el tobogán de 25, vimos que había un grupo bajando. Siendo que había que esperar, nos sentamos al sol en las rocas y fumamos un cigarro tranquilamente. Cuando ya solo quedaban dos de aquel grupo, nos fuimos acercando a ellos. Charlamos un poco para descubrir que Bea (mi compañera de cuerda desde hace unos cuantos años) iba con ellos. Nos hizo ilusión coincidir y ya pensábamos en echar la cerveza en Eriste todos juntos. La pareja estaba ya terminando de guiar sus mochilas, alguna quedaba trabada en la primera repisa; nada que no se pudiera solucionar con la técnica de “patada y para abajo”.
Como habíamos estado trabajando con cuerdas de 40, teníamos que unirlas para conseguir una línea de recuperación lo suficientemente larga. Esto nos limitaba a la hora de poder realizar un guiado, ya que iban a quedar atascadas en el nudo prácticamente en la base de la cascada. Viene pues el error de costumbre. Como el drossage no está muy activo, no veo ningún problema en tirar las cuatro mochilas y que dos del grupo estén en la salida para recogerlas. Tiramos, una por una, las cuatro. Abajo, fueron saliendo a flote; una, dos... un momento... tres...
Tiré la la línea de recuperar atada a un kit boule. Bajé y nadé por la poza hacia la roca, donde Bea me recibió con aguadillas. Salimos del agua y cuando fui a echar mano de mi mochila... un momento, ¿y mi mochila? Dámaso y Joaquín me aseguraban que solo habían visto salir tres, me la tenía que haber dejado arriba. No era posible; estaba convencido de haberla tirado. Alguien sugirió que a lo mejor alguno de sus amigos la había cogido por error (algunos ya habían salido por el escape de la derecha). Era una posibilidad. Otra opción era que mi bote hubiera estado mal cerrado, aunque recordaba haberlo tapado perfectamente; odio que se me moje el tabaco. De todos modos, registramos la poza con las gafas de buceo. A las cinco de la tarde la luz en la poza no entra con mucha fuerza y en los recodos del fondo las sombras impiden ver el lecho con claridad. De todos modos, la saca es una Rodcle amarilla, al menos debíamos intuirla. No hubo suerte; pasamos por detrás de la cascada, buceamos por debajo de la espuma, recorrimos el drosage; no pudimos ver nada. La opinión general era que me la tenía que haber olvidado en cabecera. A regañadientes, aunque convencido de que no era así, subimos hasta el camino por el escape. Localizamos una torrentera que nos dejaba acceder montando un rápel de 20 metros al tobogán de 25 (más tarde, en broma, la bautizamos como ‘Torrentera de los Lerdos’). En la cabecera no había nada. Bajamos por el rulo de nuevo. Inspeccionamos sin mucha esperanza la poza un poco más, que cada vez estaba más oscura.
Otra posibilidad era que, con el jolgorio de los dos grupos al encontrarse, la mochila hubiera salido sigilosamente río abajo. La siguiente poza es una lavadora perfecta. Cualquier cosa que flote bien se queda dando vueltas en ella ad infinitum. No estaba allí. Tampoco en ninguna de las pozas siguientes, ni en el tramo de río restante hasta el pantano. Si no estaba en el rulo y no estaba en el río, tenía que estar con el otro grupo. Llegamos a Eriste, donde el otro grupo, ya cambiado, echaba unas cervezas tranquilamente en la terraza de Casa Rosita. La pregunta de si habíamos encontrado la mochila fue para mí una respuesta.
Se había esfumado. Y con ella, las llaves de nuestros coches (casualmente Rafa metió las suyas en el mío). Y casi todo mi equipo: una cuerda de 40 metros, una saca con material de equipar, dos poleas, un croll, varios mosquetones, un tibloc, un antirroce, un rollo de cinta, el bote, el móvil...; una pasta. ¿¡Cómo había podido desaparecer!? Solo quedaba una hipótesis posible: que del golpe en la cascada, el bote se hubiera abierto (o roto) y la mochila se hubiera hundido a plomo en alguna zona sobría de la poza. ¡Pero tenía que estar ahí! Había que volver cuando la luz del sol entrara directa sobre las aguas cristalinas de la poza. Pero eso sería ya el día siguiente.
Ahora teníamos otros problemas más inmediatos que solucionar. Nuestra ropa, nuestra documentación, nuestros sacos y nuestra tienda estaban dentro de los coches; y las llaves de estos en el fondo del río.
Aquí solo puedo agredecer lo bien que se portaron los amigos y compañeros de grupo de Bea, que se volcaron con nuestra situación, dándonos comida (¡y vino!), dejándonos un teléfono, intentando abrir los coches y, finalmente, consiguiéndolo con uno (el mío, con sacos, tienda y esterillas para los cuatro) gracias al seguro RACE de Iván y Sandra, que nos mandó un cerrajero del valle. Tengo mala cabeza para los nombres, lo siento; pero a todos, mil gracias. También a los amigos del ECDC Madrid, ¡que casualmente también estaban en el valle!, y con los que pudimos cenar, tener ropa seca para cambiarnos (yo no llevaba para los cuatro) y movernos desde Eriste al camping de Castejón. Y que también nos dejaron un coche para poder bajar a Zaragoza a por la llave de repuesto del otro. Puedo sonar repetitivo, pero de verdad, muchísimas gracias.
Y así, la mañana del domingo, mientras Rafa y Dámaso bajaban a buscar la llave de repuesto (que el sobrino de Rafa traía ex profeso en Ave desde Madrid; mil gracias también), Joaquín y yo entrábamos por la Torrentera de los Lerdos (el escape que sale más abajo es cómodo para salir, pero algo expuesto para entrar; no era cuestión de acabar de joderla), para acceder, por tercera vez, al rulo. Bajé. Ahora sí, la poza estaba perfectamente iluminada, el sol entraba de lleno y el lecho se veía a la perfección. Buceé sobre la superficie a lo largo de todo el drossage. No vi nada, solo piedras. Seguí por el centro de la poza, por la pared izquierda, por detrás de la cascada, bajo la espuma. Nada. Bajó Joaquín y siguió buceando. Salí para estar al sol; la cosa iba para largo, mejor dosificar las fuerzas.
Las pocas esperanzas de encontrar la mochila que albergaba (creo que era una sensación general) se vieron espoleadas de repente por un grito de victoria de Joaquín. ¡Estaba ahí! ¿Seguro? "¡Te que juro que he visto el culo de la mochila!". Gritamos de alegría. Fui hasta donde estaba (en el lateral izquierdo de la poza, la parte tranquila) y me sumergí. Solo veía una gran piedra naranja y una lata de San Miguel (¿vacía o llena?). Pronto pasamos a la decepción de nuevo; falsa alarma. Seguimos buceando. Con la luz de la mañana, un ocho y un mosquetón brillaban desde el lecho (inalcanzables, ya que las corrientes te empujan hacia atrás cuando intentas ir hacia ellos; quizá con paciencia y ganas...). Otra vez detrás de la cascada. Otra vez al drossage. Nada. Salgo a la piedra y al sol, desde donde veo que Joaquín se dispone a hacer el mismo recorrido. Por detrás de la cascada. A lo largo del drossage... "¡¡¡La he visto!!!", grita sacando la cabeza del agua a duras penas. Yo ya no sé qué creer, pero me asegura que esta vez no hay lugar a dudas: la ha visto claramente, encajada y encorbatada en un hueco semioculto del drossage. Le digo que salga, debemos trazar un plan seguro, ya que no es cuestión de que a uno de nosotros nos pasé lo mismo que la dichosa mochila. Inspeccionaremos la ubicación e intentaremos anclarla a una cuerda para tirar de ella desde fuera de la poza. Joaquín me dice que quiere intentar cogerla, cree que puede llegar y sacarla. A regañadientes le digo que vale, pero que si ve cualquier problema, que salga por patas. Y allá va, por detrás de la cascada, a lo largo del drossage y ¡flop!, allí donde la pared hace un suave recodo se sumerge. No está debajo del agua más que dos o tres segundos, aunque a él se le hacen eternos. La corriente le empuja hacia la mochila y por su cabeza pasa la imagen de lo que una persona podría padecer si acabara justo ahí. Asoma su cabeza por fin, no me lo puedo creer, en su mano sostiene el asa de mi mochila, que acaba saliendo a la superficie al fin, después de estar 15 horas sumergida en las aguas del Eriste. Gritamos de alegría como gilipollas.
El bote seguía cerrado a cal y canto, aunque había entrado algo de agua, no mucha. No tanta como para que la llave electrónica o el móvil se estropearan, pero la justa para joderme el tabaco. Una pérdida menor. Llamamos desde la piedra a Rafa y Dámaso, que ya estaban en Zaragoza con la llave, listos para volver hacia Benasque. Todo volvía a su cauce y nos quitábamos un buen peso de encima.
Analizando a toro pasado el incidente, pudimos deducir por fin qué había sucedido. El desencadenante lo propicia un error de costumbre, o el creer que conoces perfectamente las posibles variables (esa oportuna oquedad a media altura del drossage) y las situaciones que pueden desencadenar la combinación de estas. También se reveló un error de maniobra, ya que aunque una de las variables no era conocida, si lo eran otras que podrían haber terminado con el mismo resultado (la vena del rulo, que engancha la mochila, la estampa contra la pared, revienta el bote y acaba todo ello en el fondo del río). Obviamente, en nuestro caso, el atar las cuatro mochilas al cabo de recuperacíón hubiera evitado el incidente. La posibilidad de hacer un guiado limpio hubiera sido ya ideal.
¿Porqué entró mi mochila y no las demás siendo que fue la última que tiré? Pues por una sencilla razón de peso. Dos de las mochilas, sin cuerda ni trastos, salieron enseguida a flote. Otra, la de Joaquín, estuvo seguramente flirteando con el hueco, ya que tardo un instante más. La mía, con el peso justo y apropiado (saca de equipar, una cuerda de 40 metros, mosquetones y cacharros varios), acertó de lleno en la diana. Entró con la vena (desde abajo no la vieron caer) y fue directa al que fue su refugio nocturno. Tal como comentó Joaquín, da pavor pensar lo que una persona podría padecer de acabar en el mismo punto exacto (¡más aun viendo lo fácil que es pasar de largo sin verlo!).
Otra clave que explicaría porqué no la encontramos antes, sería que, realmente, siempre íbamos buscando en el lecho del río y no en las paredes intermedias. Aparte, justo en ese recodo del drossage, tendíamos a sacar la cabeza para salvar la esquina y continuar pegados a la pared. Era muy instintivo, pero no supimos intuir del todo que justo ahí estaba el quid del asunto. Por otro lado, el que la mochila siguiera ahí por la mañana, fue una cuestión de cierta suerte. Si bien estaba bien encorbatada, quizá un leve y momentáneo cambio en la corriente podría haber hecho que consiguiera salir a flote y continuar su periplo río abajo. En la poza lavadora. Y ya no sabría qué decir; si la habríamos encontrado dando vueltas (tendencia natural de la corriente en esa poza), si habría quedado oculta en el drossage que se forma a la izquierda, o si habría seguido río abajo, hasta quedar dios sabe dónde.
Gracias por compartir vuestra experiencia,
ResponderEliminarsi no tienes inconveniente lo incluimos en la reseña del barranco en la web (Infobarrancos.es)
Aigüeta de Eriste IV